El último traje del emperador

Cuando Andersen escribió ¨El traje nuevo del emperador¨, estos monarcas y reyes eran vitalicios. Si el fabulista danés viviera hoy, tendría oportunidad de comprobar la moraleja de su cuento de hadas, en circunstancias democráticas.
Por: Arturo Guerrero - El Espectador

Se encontraría con mandatarios que después de abandonar sus cargos a causa de inapelables articulitos legales, quedan tan enfermos de poder que no conciben la vida sin las adoraciones de sus súbditos.
El narrador daría fácilmente con uno de ellos, convencido de que el traje confeccionado para él es invisible para los estúpidos y desleales a su causa. Decide entonces convocar a desfiles para poner en evidencia a estos descarriados.
Él mismo, no obstante, se ha dado cuenta de que el dichoso vestido no tapa nada. Dos emisarios que envió al taller de los sastres estafadores también advierten la trampa: el traje no es invisible, es inexistente.
Pero la versión de los impostores se ha regado con eficacia. Todo el pueblo cree en el milagro de la tela que únicamente ven los vasallos fieles. De tanto repetir la mentira, esta ha sido aceptada como verdad.
El ex rey también ha hecho lo suyo. Su interés es retomar cetro y corona. Acusa de traición a su sucesor, torpedea de modo minucioso cada decreto, se rodea de ayudantes de lengua afilada, grita desde las torres, insulta sobre la silla del caballo, monta en cólera al amanecer, desmenuza parágrafos todo el día y duerme con la espada de almohada.
El pavor camina por las calles. Los bárbaros, apaciguados por el nuevo gobernante, van a regresar victoriosos a degollar niños y mujeres. El emperadorcillo defenestrado mantiene un séquito de lenguaraces, hábiles en soplar medias verdades que son más peligrosas que las mentiras plenas.
Las señoras, enardecidas, preguntan desde el balcón: ¨¿no estamos vendiendo el país a los bandidos? Han cometido demasiados crímenes. Tuvieron que pasar 50 años de crímenes para poder escribir todas las cosas que dizque se van a hacer. ¿Si no se hicieron antes, ahora el gobierno sí las va a hacer?¨
El comentario alude a las negociaciones pactadas en papel entre el nuevo rey y los últimos forajidos, de los cientos de forajidos que durante siglos resistieron en montañas las arbitrariedades del régimen.
  En esta efervescencia, suceden los desfiles, agitados por el aspirante a repetir y eternizar mandato. Quienes no admiren el falaz vestido serán descubiertos como infames. A pesar de que cada cual en su íntima conciencia comprueba que el ex emperador no tiene ropa, todos alaban la excelencia de las telas.
De repente aparece el niño. Se para delante de la ignorancia colectiva sobre el hecho obvio. Alza la voz frente a la estupidez compartida por muchedumbres que individualmente reconocen el absurdo, y chilla:
¨¡Pero si va desnudo!¨ 
Hans Christian Andersen no lo intuyó en 1837 cuando publicó su cuento. No vio el primer síntoma, los granos colorados que brotaron en la cara del añejo monarca al sorprenderse desenmascarado por un inocente, ajeno a los grupos de presión que contrariaban lo palpable.
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